Transcurría el año 1925 en el tiempo que mi dilecto amigo, el eximio pintor boquense, don Benito Quinquela Martín me invitó a viajar con él a Europa. ¡No pude resistir la tentación! Un pedido de Benito era una orden para mí. Levamos anclas el jueves 5 de noviembre a bordo del paquebote francés “Massilia” que nos trasladó al puerto de Le Havre (Francia) y a posteriori en tren rumbo a la mismísima París. Al disponer Quinquela del beneficio que le otorgaba su rango diplomático, correspondía alojarnos en el edificio de la Embajada Argentina ante el gobierno franchute. A la mañana siguiente y anticipándose a la organización de su muestra pictórica debía cumplir Benito específicos requisitos del protocolo consular. Razón por la cual decidí visitar la Torre Eiffel y el Palacio de los Inválidos ubicación del panteón de Napoleón Bonaparte. ¡Recordaba la delirante versión familiar que determinado vínculo sanguíneo nos emparentaba al Gran Corso! Durante el almuerzo, Benito chimenta “hoy cenaremos de ronga en Máxim, el restaurante galo por excelencia y el de mayor fama mundial. Al caballero que nos convidó al hablarle de tu enorme admiración personal, me solicitó conocerte. Lamento mantenerte en ascuas, el enigma recién se develará esta noche. ¡Imposible de creer! Nuestro anfitrión el señor Rodolfo Alfonzo Raffaelo Pierre Filibert di Valentina Guglielmi d’Antonguolla el universalmente célebre: Rodolfo Valentino. ¡Figura cumbre de la cinematografía! Chapurreábamos en la lengua del Dante de diferentes temas. Hasta que Rudy, así lo apodaban sus íntimos, trajo a colación el tango bailado con fantástica aureola en la película “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” -encarnando al estanciero argentino Julio Desnoyers- y de su pasión por esa magnífica y sentimental melodía. Además, lo subyugó que Quinquela inmortalizara el quartiere de sus paisanos. Es que uno de los títulos sobre impresos de dicha filmación de 1924 mencionaba a La Boca como puerto de Buenos Aires. Hacía poco que la había visto por eso le manifesté “también hacen referencia al río “Marne” al que otro franco porteño el bandoneonista Eduardo Lorenzo Arolas ofrendara un tango de idéntico nombre a los soldados franceses que allí lucharon. Entonces, a Quinquela, hombre noctámbulo, se le iluminó el rostro y le comentó “Alberto López Bouchard, cortés compatriota, es el propietario del suntuoso cabaret “El garrón”. Seguro que sin reservas no se puede entrar ya que a diario completa sus instalaciones debido al notable éxito del cantor Carlos Gardel. Stai tranquillo -quédate tranquilo- lo conozco mucho al Morocho del Abasto. Me lo presentó, mi hermano en el afecto, el músico Juan de Dios Filiberto del que tanto te hablé”. Enfilamos recto al camerino de Gardel. Nos recibió con simpática e inigualable sonrisa, a pesar de su inicial asombro por semejante e inesperada visita. ¡Y yo inmerso en colosal quimera! Rodeado de fenomenal trío y sintiendo la sensación de no estar despierto. Nuevamente, hizo punta Benito batiendo “Carlitos, Rudy vino ex profeso a disfrutar tu arte. Te ruega silencio pues está de incógnito y de avivarse el público de su presencia, en especial las mujeres, podrían trastornarse.” Rodolfo Valentino merced a su fotogenia e irresistibles primeros planos convertido en mito viviente. ¡El sex-simbol de la época! Previo al inicio de su actuación Carlitos -décadas después Quinquela lo atribuía a su falta de experiencia- micrófono en mano revela: “dedicaré a al insigne actor ítalo-americano Rodolfo Valentino quien en esta velada nos honra con su amistad el tango “Mi noche triste”. La noche resultó de hecho triste para el propio Carlos Gardel, a raíz de la batahola armada en el recinto fruto del anuncio. ¡La función debió ser suspendida! En tanto que nosotros tres, Rudy a la cabeza, salimos rajando por la puerta trasera. Las minas nos perseguían con el único afán de tocarlo a su ídolo, el “Latín Lover”. Llevábamos ya largas cuadras de loca carrera cuando al llegar a iluminado bulevar encontramos la salvación. Estropeado carro a caballo recolector del sobrante de la basura parisina. ¡Hablando en lunfa: un ciruja! Su conductor dio rienda suelta al dúo de cansinos matungos entendiendo que huíamos de la Sureté (Policía Francesa). Terminamos tirados -sur le Pont Royal- abajo del Puente Royal integrante de los treinta y tres que unen las márgenes del Sena en su desfile por la Ciudad Luz brindándole majestuoso marco. A Valentino se le pasó la chinche y comenzó a reírse a carcajadas al traducirle Quinquela el orillero chamuyo en el instante de batirle “che Benito la verdad sería piola gorjear “El ciruja” ya que fue en la chata de uno de estos típicos buscavidas que de milagro zafamos de las garras de la femenina jauría”. Mientras a tranco lerdo regresábamos, Rudy se esforzaba intentando repetir en castellano la letra del tango de Francisco Alfredo Marino y Ernesto de la Cruz diciendo aquello de “como con bronca y junando de rabo de ojo a un costado sus pasos ha encaminado derecho pa’l arrabal”. Lamentablemente el 23 de agosto de 1926 a las 12.10 horas en el Polyclinic Hospital de Nueva York falleció Rodolfo Valentino. Para sus fanáticos, la tragedia originó magno duelo colectivo sólo comparable al del asesinato del presidente Abraham Lincoln, y su leyenda aún perdura. RUBEN RODRÍGUEZ PONZIOLO


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